sábado, 23 de julio de 2011

A mi padre, otra vez

"Las horas largas y la vida breve"
Vladimir Jankélévitch


Antes que nada lamento haberte escrito esas cosas que te dije por este mismo medio hace un buen tiempo. Lo escribí con la cabeza caliente, es el texto que menos me he demorado en escribir en toda mi vida. Escribir es una actividad que se me hace muy difícil -me demoro madrugadas enteras escribiendo cualquier cosa-, pero ese día la rabia, junto con el deseo de demostrar quién era más a la hora de ofender, hicieron que escribiera sin pensar y, por ahí derecho, que dijera lo que dije aquella vez.


No soy persona de arrepentimientos, podría decirse que gracias a ese acontecimiento por lo menos Javier -a quien todavía no sé por qué aun estimo- volvió a escribirme y por medio de correos electrónicos acordamos que seguiríamos teniendo una relación fraternal. Aunque, todo hay que decirlo, a dicha relación le salen lunares cada vez que me entero que viene a Colombia y no tiene el gentil detalle de venir a saludarme. Sus razones tendrá. Pero ese no es el tema.

Creerás que vuelvo a dirigirme a vos para enviarte el veneno que no alcancé a mandarte aquella vez por medio de mis palabras. Yo de ti creería lo mismo, pero no.

Te escribo para que sepas que a pesar de todo reconozco que sos un buen hombre, un buen hombre al que la vida y yo te cobramos caro los errores que cometiste. Lamento que hubiéramos terminado la relación padre-hijo de esa forma. No sé en qué momento rompimos ese vinculo que nos unía, ambos sabemos que no solo se trata de la pelea de aquel 31 de diciembre, eso solo fue la gota que rebosó la copa, lo de nosotros se venía deteriorando desde antes, creo que desde siempre.

A veces -medio en serio medio en joda- le digo a mi mamá que ella es la mejor madre del mundo, que no cabe la menor duda, pero, con todo y eso, no supo escogerme ni padrinos ni papá.

Con lo de mis padrinos -¿cómo es que se llaman?- frunce el ceño y dice que eso es culpa tuya, que vos los escogiste. Con lo del padre sí se pone seria y argumenta que vos eras una excelente persona, que te hiciste cargo de tu madre y tus hermanos cuando quedaron huérfanos de papá. Que trabajaste muchísimo para sacarlos adelante. Agrega que no sabe qué pasó cuando se casaron que cambiaste tanto. Te volviste un bebedor, un patán, un… mejor no hablemos de eso.

Mi madre siempre trató de persuadirme para que te perdonara, para ella también fue duró saber que su hijo estaba lleno de sentimientos negativos. Sé que voy a ser padre, no ahora, claro, pero algún día lo seré. De hecho quizá sea mi mayor sueño. Ella me dice que precisamente por eso es que debo perdonarte, porque yo algún día seré padre y tal vez, Dios no lo quiera, me pase lo mismo que pasó con vos. Yo le digo que al contrario, que es precisamente por eso, porque me pasó eso con vos es que yo seré el mejor padre del mundo. Eso te lo prometo a ti, a ella, a mis hijos. Ya veremos, el tiempo lo dirá.

Se equivocan quienes dicen que yo guardo rencor en mi corazón, mi corazón es tan pequeño que no hay lugar para el rencor. Nunca te he deseado el mal. Si no te perdono es porque ya no hay ningún vínculo contigo, mis sentimientos hacia ti son nulos, ni buenos ni malos: nulos. No me imagino volver a decirte papá, no me nace, no me sale. Eres un desconocido para mí.

Valoro los intentos que hiciste de acercarte después de que peleamos aquel 31 de diciembre de 2004, infortunadamente fueron solo eso: intentos. Intentos porque tu verdadero gesto vino 3 años después, demasiado tiempo. Ya no había nada por rescatar. Absolutamente nada. Nunca he llorado tanto como la vez que recibí esa carta. Primero quise devolvértela, después pensé en romperla y tirarla a la basura, pero terminé quedándome con ella y aun la conservo.

Siempre admiré tu excelso humor. Él mío es igualito, así, en ocasiones hasta incomprendido. Mi humor es tan negro que a veces se hace trenzas y rapea. Por desgracia así también se convirtió mi alma.

Nadie jamás pudo llenar el vacío que dejaste, ni mi mamá. Lo digo porque a ella a veces le ofende mis sarcasmos. En cambio, podría apostar que vos al menos te reirías de mis desfachatadas ocurrencias, así fueras vos mismo la víctima.

No creas, viejo –creo que así te diría si te hablara-, yo también he pagado muy caro el haber cortado relaciones contigo, me he refugiado en una soledad totalitaria, gigante, traicionera. Dejé de ser amiguero, desarrollé la estúpida cualidad de alejar a las personas que de una u otra forma quisieron acercarse. Con nadie hablo de mis asuntos, no tengo con quien debatir temas que me apasionan, a veces con Jair hablo de política pero a él el uribismo lo tiene cegado. Sé que contigo podría pasar horas hablando sobre cualquier cosa: si es de publicidad yo te enseñaría; si es de derecho, seguro serías tu el que me ilustraría, como siempre lo hiciste. Y así, sé que te leerías los libros que te recomendara, siempre mostraste un profundo interés sobre mis gustos, mis pasiones. Como la vez que compraste los uniformes de futbol para que jugáramos los interclases en el colegio, eran de La Roma, ¿te acordas el golazo de tiro libre que hice en el primer partido? Íbamos perdiendo 1-0 y con ese gol empaté, luego mi compañero Henao anotó el de la victoria a tan solo minutos que se acabara el partido. ¿Quién iba a pensar que ese iba a ser el último partido que me irías a ver? ¿Quién iba a pensar que estábamos a dos meses de pelearnos y dejar de hablarnos de por vida? Siempre me gustó que me fueras a ver jugar futbol.

Recuerdo también cuando me compré -¿o me compraste? No recuerdo bien- el CD de los Red Hot Chili Peppers, me arriesgo a decir que nunca habías oído hablar de ellos, sin embargo me pediste que te quemara el CD para que lo pudieras escuchar y así hacerte a una idea de cómo era mi gusto musical. Gusto que, apropósito, debo haberlo sacado de ti –y muchísimas cosas más- porque ¿cómo se explica que a mí me encante Piero, ah? Dime por favor que a vos te gusta, yo no sé, no recuerdo bien, pero podría apostar todo mi capital –que en estos momentos son $42.000- a que simpatizas con Piero. Siempre que lo escucho me acuerdo de vos. La primera vez que oí más de dos canciones seguidas de él fue como un año después de que peleáramos, daban un concierto de él en Telepacifico y yo, sin siquiera saber de quién se trataba, dejé de cambiar los canales y me quedé ahí oyéndolo cantar. De inmediato fui a bajar de internet muchas de sus canciones. Me encantó.

Sé que has tratado de estar al tanto de mis cosas lo más que has podido, supongo que sabes qué estudio, en qué semestre voy y cómo me ha ido. Solo te puedo contar que soy inmerecidamente afortunado. Si no me ha ido mal en la vida es porque Dios es pana mío, no porque yo no haya hecho meritos.

Lamento lo que nos pasó, de verdad, lo lamento muchísimo. Pero las cosas seguirán igual.

PD: Ruego el favor que le digan a Javier David, la próxima vez que venga, que si se quiere venir a quedar a mi casa algunos días como la otra vez.

PD2: Algunos dirán, como la vez pasada, que estas cosas tan personales no se publican. Ante eso no puedo (ni quiero, más que todo) debatir. Simplemente déjenme, así soy yo.

viernes, 1 de julio de 2011

Segundo año

"En la vida me han hecho tantos elogios inmerecidos,
que bien me puedo aguantar una crítica inmerecida" Lichtenberg

Soy el primero en lamentar que se haya perdido parte del entusiasmo con el que inicié este blog hace exactamente 24 meses. Durante el primer año conté cada cosa que me pasaba: que me operaron el pirulo, que me fracturé, que fui a sacar la libreta militar, en fin; todos esos acontecimientos dignos de contar fueron escritos y publicados con tal dedicación que la pasión que le cogí a la escritura es casi comparable con la que le tengo a la publicidad, al fútbol y a la lectura. Casi comparable, digo, pero ahí va llegando.

Decía que en los primeros 12 meses del blog fue tal el entusiasmo, que para celebrar el primer aniversario hice un especial donde conté con la colaboración de 17 generosas personas quienes se tomaron el trabajo de escribir algo para este blogcito. A todos ellos mil y mil gracias de nuevo. Esta vez no tendremos nada por el estilo -aunque doña Yaneth me ha hecho saber reiteradamente su deseo de volver a escribir para el blog, pero aún no me decido a complacerla con eso, supongo que de nuevo contará anécdotas sobre mí y no sé eso qué tanto pueda perjudicarme-.

Durante estos 2 años han pasado cosas muy bacanas con el blog. Quienes conocen la esencia del mismo saben que este no es un blog pretencioso -aunque al decirlo públicamente caigo en aquella pretención que tanto me fastidia-. Cosas muy bacanas, decía, como la vez que una amiga llamó a La W a recomendarlo; o cuando Daniel Samper Ospina, Jaime Bayly y otro par de autores que admiro tuvieron la gentileza de decirme que leyeron el blog y, además, dizque les había gustado -no es que dude de su buen criterio, pero, bueno, dejemos así-; o cuando me entrevistaron en el programa de televisión Tiempo Real -vivo apenado con esa gente por todo el rating que seguro les hice bajar-.

En fin, esas cosas quizá se las cuente durante este mes en algo que podríamos llamar “24 Anécdotas, cosas y datos sin importancia –reales o no- que usted no sabe sobre El Hijo de Yaneth (el blog)”, digo quizá porque aun no lo he escrito y me da vaina no cumplirles. El caso.

A comienzos del 2011 sentí los primeros síntomas de dicho entusiasmo perdido: los momentos que reservaba para escribir los terminaba utilizando para devorarme los libros que me compra mi mamá –siempre he admirado su insaciable lucha para sacarme de la ignorancia en la que regularmente me sumerjo-; las historias que se me ocurrían me parecía algo insulsas, sabiendo que en el pasado seguro las hubiera hallado fascinantes para contarlas –tengo muchos apuntes, borradores y textos inconclusos; como la vez que me presente en Protagonistas de Nuestra Tele. Estoy seguro que si la hubiera terminado, seguro les habría gustado al menos un poquito-; y ni hablar de las veces que me decidí a publicar y me demoraba semanas enteras terminando el texto, cuando antes lo hacía en tan solo dos madrugadas. Son comportamientos naturales que, si uno no hace nada para superarlos -como es mi caso- terminan ganándole la batalla a uno. Además siempre me ha gustado hacer la cosas de buena manera, por eso no concluí los textos que les hablé anteriormente, porque no me sentía bien con ellos, creía que si los publicaba así, mediocres, sin gracias, insulsos, estaría engañando el poco público que me lee, que no les estaba ofreciendo lo mejor de mí. En fin.

Igual no me quedé sin escribir, lo hacía pero en otro lado: en páginas de Word que nunca verán la luz, en twitter, en mis libretas de apuntes, incluso en un trabajo que hasta ahora no se ha visto remunerado. Por fortuna no he dejado de escribir. Y espero, por mi estabilidad mental, que nunca deje de hacerlo. Aunque primero va a estar mi carrera, mi fútbol, mi lectura y mi familia.