viernes, 22 de octubre de 2010

Advertencias de mamá

Fue ahí, sentada en un mueble de la casa de Socorro –quien a su vez es mi segunda mamá- donde mi mamá, Yaneth, mirándome fijamente los ojos y con su dedo índice señalándome bruscamente me advirtió: Julián, vos te llegas a poner aretes, o alguna de esas maricadas, y te me vas de la casa.

Tendría unos 8 años y no entendía por qué querría yo ponerme un arete –o alguna de esas maricadas- ¿acaso eso no lo usan las mujeres? ¿Qué sabe mi mamá que no sé yo? ¿Para qué un hombre se pondría un arete?

Esa vez me guardé mis preguntas y asentí mientras me imaginaba a mí, quien soy bien orejón, con un arete colgándome de la oreja mientras buscaba un puente donde quedarme por el resto de mi vida.

El motivo de esa advertencia tenía nombre propio: Jorge Andrés, el niño que vivía en el segundo piso de la casa de Socorro, con quien solía jugar a las escondidas, la lleva, ponchado, tin tin corre corre, 18 pasos y demás, el mismo que tiempo después me vendería en $800 unas imágenes pornográficas de Goku y Milk –razón por la cual me pegaron una cascada monumental- a sus 11 años y medio ya lucía con orgullo la candonga de oro golfi que llevaba puesta en su oreja izquierda.

Fue esa misma advertencia –la verdad no estoy seguro pero me gusta echarle la culpa a los demás- la causante para que yo haya crecido con un inevitable prejuicio hacia los hombres –al menos en nuestra cultura colombiana- con aretes, topos, candongas, pedazos de latas, ganchitos, alfileres, tapas de gaseosa o cualquier artefacto que estas mentes creativas suelen colgarse de sus partes auditivas: los veo y de entrada me dan mala espina, pienso que, como mínimo, me van a robar.

Con el paso de los años me guardé un par de preguntas más: me imaginaba, por ejemplo, cuál sería la reacción de mi mamá cuando me viera llegar “caído de la perra” –no de la perra Lina, mi ex novia, sino bastante alicorado-, que diría, entonces, cuando eventualmente notara en mí esa envidiable alegría y aparente tranquilidad que solo tienen los marihuaneros; ¿que sería más grave que echarme de la casa? ¿Echarme de la casa dos veces?

Por fortuna esas preguntas nunca tuvieron respuestas, me explico: la primera vez que me emborraché estaba con ella y lo único que me dijo al otro día fue: bacana la experiencia ¿cierto? Créanme que después de eso no me he vuelto a emborrachar en mi vida –la de la excursión en San Andrés no cuenta-. Por el lado del vicio no hay ni la más mínima posibilidad, jamás me he metido un cigarrillo a la boca y estoy seguro que nunca me lo meteré.

Dicho lo anterior sólo quedaba una advertencia, advertencia que yo no tenía presupuestada y que, si bien no era tan grave como la primera, esta si iba a traerme un par de inconvenientes. Aquella era la siguiente (imaginen tono de mamá, alzada de cejas y señaladas con el índice): mire, Julián, si a usted lo llegan a llevar a una estación de policías, sea cual sea el motivo, no pierda su llamada en mí porque yo no lo voy a ir a recoger a media noche ¡olvídese!

-Y si es a medio día

-Nada, allá se queda

Si me lo preguntan, yo diría que ella no sería capaz de cumplir ambas advertencias ¿pero para que arriesgarse?

Era precisamente esa última sentencia, aquella que me auguraba como mínimo una noche al lado de gente de la peor calaña –manes que seguramente a los 13 años ya tenía perforadas las orejas-, la que me rezumbaba en los oídos esa tarde del viernes del 27 de octubre de 2006 (lo recuerdo como si hubiera sido hace 4 años).

Yo jugaba en El Limonar (el equipo donde terminé mi carrera deportiva) y ese día, después del entreno, pensaba ir a respaldar a un grupito de compañeros del colegio que estaban aleteando a otros cuantos de una unidad residencial.

Mi respaldo consistía en ir a hacer acto de presencia, pues no soy de los que resuelve los problemas a golpes –por lo menos no golpes físicos, aunque ganas no me han faltado con un par por ahí, pero ese es otro tema-, sin embargo fue porque dicen por ahí que los amigos están en las buenas y en las malas, así “las malas” sean idioteces como peleas de grupos.

Salí de entrenar, decía, y me dirigí hacia el punto de encuentro que quedaba en el Primero de Mayo, el mismo barrio de la unidad –lógicamente, no íbamos a ser tan pendejos de citarnos al otro extremo de Cali-. Cuando llegué ya estaban unos y al cabo de unos cuantos minutos ya estaba el grupo completo, éramos como 40.

Yo le había dicho a mi mamá que no se preocupara, que después del entreno iba a ir donde Juliana –la chicuela con quien salía por esos días- y que no me demoraba, que íbamos a ver una película y ya, creo que eso fue lo que le inventé.

En bandola nos fuimos hacia la unidad de los susodichos y después de un par de minutos ya estábamos frente de la portería.

-Mírenlos allá –dijo señalando hacia dentro uno de los que había convocado a la gente- son esos cuatro gatos

-¿Cómo así? ¿Vinimos a pelear contra unos felinos? –Pregunté algo confundido- cojan oficio ¿Qué dirán las fundaciones protectoras de animales?

-No sea huevón, Hernández, mire que esto es algo serio, mire que vamos a defender el honor del colegio

-¿Ah sí? ¿Y si vamos a defender el honor del colegio porque aquí no está el rector?

Naturalmente nadie respondió nada, así como naturalmente los cuatro manes de la unidad no salieron. Los que si salieron fueron los papás de estos a hacer tiempo mientras llegaba la policía.

Uno de los señores nos dijo que nos fuéramos de ahí que ya habían llamado a la policía y que además él estaba enfierrado. A su vez, uno de mis compañeros, quien además era el más gamín y burdo del colegio, le dijo que él también estaba “enfierrado” y acto seguido se mandó la mano al pipí. Al señor le dio risa y puedo jurar que le vi una sonrisa coqueta hacia mi compañero.

De repente oímos una moto y acto seguido todo el mundo arrancó a correr.

-¡La policía, la policía! –gritaban como locos. Y de una empezaron a correr

Yo también hice lo mismo: recordé mis épocas de diarreico en potencia y corrí como alma que lleva el diablo.

Antes de llegar a la esquina vi que esa calle era en forma de “T”, por eso grité apresurado que cogiéramos unos para un lado y otros para el otro. Esto para despistar a los policías –quien solo eran dos, no sé si ya lo dije: pero solo nos perseguía una patrulla motorizada. Es que tengo serios problemas de escritura-.

Al llegar a la esquina yo cogí hacia la izquierda, sin contar que todos los demás –o al menos la gran mayoría- cruzaron hacía la derecha –les juro que todavía pienso que lo hicieron de aposta-. Es que me parece imposible: de cincuenta-y-tantos que íbamos sólo tres huevones cogíamos hacia la izquierda y, como era de esperarse, los hijuemadres policías salieron fue detrás de nosotros, con que agarraran a uno era más que suficiente para ellos.

Recuerdo que yo era el único avispado que había ido con maletín –por aquello de los guayos-, y además, de los tres, yo iba de último y en cualquier momento me agarraban del maletín y perdía el año.

De repente sentí la moto de la policía muy cerca de mí, en ese momento me las di de “Seiya” y le pedí a “Pegaso” que me diera todas sus fuerzas para correr. Pero nada, “Pegaso”, al igual que los otros dioses en los que creo –House, Adal Ramones, Picoro Daimaku, Vito Corleone, y demás- no me oyó y un par de segundos después aquellos hombres quienes algunos le dicen “aguacates” o “polachos", ya estaban a pocos centímetros de mí.

Entonces tomé una de las mejores decisiones que he tomado en mi vida: parar en seco y correr hacia el lado contrario. Como los policías no se esperaban esa “chapulinada” –o sea no contaban con mi astucia-, desistieron de ir por mí y siguieron derecho en pro de atrapar a los otros dos que iban adelante mío.

Al final, cuando ya me había encontrado a los otros, llamaron a decir que había cogido a Carlos Ramírez, el "Daniel Arenas" del colegio. Pero como me caía mal por llorón no me importó y me fui para mi casa.

-Hola má, ya llegué –le dije como si la presencia misma no fuera suficiente para convencerla que efectivamente ya había llegado

-Hola ¿Ya comiste?

-Si señora

-¿Y qué tal la película?

-Huy, muy buena, me pareció bastante real. Era sobre persecuciones policiacas.