viernes, 21 de mayo de 2010

Viacrucis

Mi vida muchas veces se ha partido en dos, no lo digo por los yesos que he tenido, sino por esos momentos que nos marcan a todos.

Son momentos muy comunes, a todos nos pasan, no voy a venir aquí a dármelas de interesante: que la primera borrachera, que el primer gol en el estadio –si, en mis épocas de gloria jugué un par de veces en el Pascual, donde convertí dos anotaciones- que la primera salida en televisión, que el primer 5.0 en la U –cosa que ya no se ven-, que la primer materia perdida –no ha pasado pero va a pasar-, en fin, miles de acontecimientos que lo marcan a uno de manera particular.

Ahora bien, quienes me conocieron antes del 2005 me recordaran como un muchacho petulante, creído, desobediente, irreverente, grosero, impuntual, terco, malgeniado, sarcástico, desordenado y demás. Pero si me vieran hoy se encontrarían exactamente con el mismo individuo.

La diferencia está en que hoy en día soy más morrongo y me sale la barba más seguido, de resto, el mismo de siempre. El mismo.

Yo cursaba octavo grado y la vida me importaba un culo. Ya hacia mucho me había salido del Cali, no estaba jugando futbol, dormía toda la tarde, no hacia tareas y en clase ni se diga, jodía como un putas, junto con mis amigos no dejábamos títere con cabeza, jodíamos a los demás por lo que fuera, porque tenían bozo, porque eran cabezones, porque eran narizones, por bobos, mejor dicho, por todo. A mí también me jodían, por supuesto, y siempre he recibido de buena manera la recocha, es lo mínimo que puedo hace ¿no? Ya que a mí también me gusta joder.

Con los profesores era más o menos lo mismo: no respetábamos a nadie. Eso me catapultó a una inminente perdida del año.

Durante ese año, en diciembre de 2004 para ser mas especifico, sucedió la discusión con el que en ese tiempo era mi padre, situación que terminó con el fin de cualquier tipo de relación entre nosotros.

A mi ese hecho nunca me importó, ni mucho menos me marcó, pero esa fue mi excusa para justificar mi bajo desempeño académico. lo que si me importaba, preocupaba y estresaba era el hecho de ver a mi mamá tirada en una cama. Duró mucho tiempo enferma, no recuerdo cuanto, pero aun así esa no era la causa de mi vagancia, desde chiquito aprendí a no dejar que los asuntos personales influyan en mis otras cosas.

Lo recuerdo como si hubiera sido hace cinco años, era un viernes caluroso. Yo suponía que había perdido el año pero guardaba la esperanza. O sea, es tan ilógico, ¿uno por que guarda esperanzas? Solo faltaba que me dieran el boletín donde decía resaltado palabras más palabras menos: ‘debe repetir el año’. Ya. No había más que hacer, sin embargo yo no iba a estar tranquilo –entre comillas- hasta no ver ese verraco boletín.

Yo siempre me despierto tarde, duermo como la morsa flaca que soy, duermo muchísimo, pero ese día me levante temprano, recuerdo que ni siquiera había amanecido, el remordimiento no me dejó dormir.

A lo lejos escuché cuando se levantó mi mamá. yo seguía haciéndome el dormido, no quería ir, no quería verle a cara de satisfacción a mi director de grupo, no quería ver el rostro de mi madre cuando se enterara que me había tirado el año, no quería responder a las incomodas, odiosas y estúpidas preguntas tipo: ‘¿al fin te tiraste el año?’ ‘¿y eso?’ ‘¿no estudiaste?’.

En silencio le pedía a todos los dioses -Jesús, goku, superman, ratma ½, Dr. House y demás- para que me ayudaran a que la decepción de mi mamá no fuera tan grande.

-Julián –desde la puerta de mi pieza me llamaba mi mama- ¡Julián! A levantarse que tenemos que ir a su colegio –yo seguía haciéndome el dormido- ¡Juliaaaaan! te levantas ¡YA!

-Ay ¿ay que pasó? ¿Por qué grita?

-Levantase para ir a su colegio

-No, yo no quiero ir

-Si señor, se levanta y me acompaña

Yo no tuve más remedio que hacer caso.

Yo ya le he comentado sobre la inminente necesidad que tiene mi mamá -y la de muchos- de relacionarse socialmente con quien sea y donde sea ¿cierto?

Pues bien, en el taxi no fue la excepción: no nos habíamos montado al taxi y ella ya le había contado toda la vida al pobre conductor. Digo pobre porque no debe de ser fácil aguantarse medio trayecto a una señora contándole una vida que a uno no le importa, digo.

Pero mi solidaridad con el taxista se esfumo cuando este, en medio de la entretenidísima conversación, dijo que él había estudiado en mi colegio -el San Bosco-, de repente el hombre se las dio de Padre Chucho y me aconsejo que aprovechara el colegio, que ese colegio es de lo mejor que hay en Cali, que yo era un afortunado por estudiar ahí, que él sabía que era duro, pero que salir de ahí le abría las puertas a cualquiera.

-Amigo, usted estudió en el San Bosco ¿cierto?

-Si

-Y estudiar en el San Bosco le abre las puertas a cualquiera ¿cierto?

-Si, se lo acabo de decir

-Ahh veo ¿y usted porque está manejando taxi? Digo, cuando dice que estudiar ahí abre puertas ¿se refiera a las puertas de un taxi?

Doña Yaneth me miró horrible, yo creo que no sabía si cogerme a pata o disculparse con el señor, o las dos.

El taxista no se ofendió ni nada, pues tampoco era mi intención, pues ser taxista no tiene nada de mala, ser taxista es un trabajo más, como los otros. Sino que me dio piedra que creyera que tenia las facultades para aconsejarme, bueno, tampoco es que no me pudiera aconsejar, todo el mundo lo puede hacer, sino que no era el momento.

-Muchacho, lo que pasa es que yo perdí octavo, me salí del colegio y termine trabajando en lo que resultara. Y aquí me ve

Yo tragué saliva de inmediato ¿Octavo? ¿Escuché bien? ¿Octavo? –pensaba yo- me quedé como taxista, no hay de otra.

Como será que internamente me puse a practicar el léxico: hola mona, a donde la llevo mona, son tres mil pesito mona, con gusto mona, huyy mona…

(ESTA HISTORIA CONTINUARÁ, ESPERELA)